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2022, 12 meses, 12 mujeres Crhistine de Pinzan

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Tras enviudar, y con tres hijos a su cargo, esta mujer de letras vivió́ de su pluma y se hizo famosa por su reivindicación del saber y la dignidad de las mujeres mucho antes de la llegada de los masivos movimientos feministas de siglos posteriores.

La primera vez que vemos a una mujer tomar su pluma en defensa de su sexo” fue en la Francia del siglo XV. Así lo aseguraba Simone de Beauvoir, en su ensayo El segundo sexo, uno de los textos fundamentales del feminismo moderno. Esa primera feminista de finales de la Edad Media era Christine de Pizan, poeta y erudita que defendía ideas tan “revolucionarias” como que la inferioridad femenina en realidad no era natural y que si las niñas tuvieran una educación igual a la de los niños “aprenderían y entenderían las dificultades y las sutilezas de todas las artes y las ciencias tan bien como los hombres”.

A los 25 años, Christine se encontró viuda con una madre y tres hijos a los que cuidar y se hizo cargo de un taller de escritura y siguió escribiendo, tareas tradicionalmente encomendadas a los hombres

“Tuve que convertirme en un hombre”, escribió́ sobre su obligación de mantener a sus hijos y a su madre.

Sera en 1400 cuando Christine participó en uno de los debates más célebres de la historia literaria francesa: la llamada Querelle de la Rose. El centro de la polémica era un largo poema alegórico, el Roman de la Rose, escrito casi un siglo antes y que en algunos pasajes relegaba a la mujer a objeto de deseo que servía sólo para complacer y satisfacer los instintos masculinos. Christine se convirtió en portavoz de las críticas a esta obra, lanzando así en la corte francesa un debate más general sobre la condición de la mujer y su igualdad con el hombre. En opinión de Christine, la inferioridad femenina en realidad no era natural, sino cultural. Si las mujeres quedaban relegadas a las cuatro paredes domésticas y no recibían educación, ¿cómo podían aspirar a los logros que conseguían los hombres?

“Si fuera habitual mandar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y las sutilezas de todas las artes y las ciencias tan bien como los hombres”, escribió Christine en el libro La ciudad de las damas (1405), quizá su obra más conocida. En esa obra, deseosa de demostrar que la falta de formación era el único limite del género femenino, creó una ciudad ficticia regida por Razón, Rectitud y Justicia, y habitada solo por mujeres, damas no por su sangre sino por su espíritu noble.

Dentro de las murallas de esta “ciudad de las damas”, Christine reunió a mujeres que, con su saber, su comportamiento o su fe, habían hecho contribuciones significativas al crecimiento y el desarrollo de la sociedad. Entre ellas estaban la poeta Safo; Dido y Semíramis, fundadoras de Cartago y Babilonia, o Lucrecia, la matrona romana que decidió́ suicidarse tras ser violada por el hijo del último rey etrusco de Roma. Guerreras, mártires, santas, poetas, científicas o reinas: Christine reunió a las mujeres de la historia y de la mitología en una ciudad para demostrar que la opresión del hombre era la única y verdadera causa de la inferioridad femenina.

 “No todos los hombres (sobre todo los más inteligentes) comparten la opinión de que es malo educar a las mujeres. Pero es cierto que muchos hombres estúpidos lo afirman, ya que no les gusta que las mujeres sepan más que ellos”, sostenía.

Con el paso de los años llego a sentirse insegura en Paris, no optando por abandonar su país adoptivo, ingreso en un Convento en el que años antes su hija había tomado los habitos.

Cansada y profundamente afectada por la situación que estaba viviendo el país, dejó de escribir durante un largo período, y sólo interrumpió su silencio literario para escribir una obra religiosa y un poema sobre Juana de Arco, el único texto escrito mientras la doncella de Orleans aún vivía. “El sol volvió a brillar”, escribió Christine a propósito de la irrupción de Juana en 1429. Ella, sin embargo, se extinguió al año siguiente.

Annalisa Palumbo

National Geographic

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